La
guerra entre republicanos e imperialistas se había mantenido de cierta manera
equilibrada, logrando triunfos en ambos ejércitos. Sin embargo, en el mes de
abril a los sitiadores les sonreirá la suerte. Por un lado, el ejército
dirigido por el general Mariano Escobedo sigue controlando las principales
salidas y el tráfico de víveres, así como la incorporación de más efectivos.
Por
su parte, Maximiliano y su ejército se encuentran en varias situaciones, la
primera; en desamparo, debido a que los refuerzos que esperaban por parte del
general Leonardo Márquez no aparecen y no aparecerán, debido a que fue derrotado
por las tropas del general Porfirio Díaz en las cercanías a Puebla el 2 de
abril. Segundo; el horror, debido a que comenzaron a escasear el alimento y las
condiciones se hacían cada vez más inhumanas, esto incluía a la población
queretana.
Por
lo cual se llevó a cabo una conferencia de tregua entre los dos bandos, representados
por el general Sostenes Rocha (republicano) y el general Miguel Miramón
(imperial). La propuesta de Escobedo es sencilla: rendición incondicional y
ofrecer la libertad de salir de México a Maximiliano. No se llegó a ningún
acuerdo.
El
27 de abril se reanudaron los enfrentamientos, pero en esta ocasión quien comienza
con los movimientos fueron los imperialistas. Ramón Méndez se movió con sus
tropas hacia el cerro del Cimatario, y el general Florencio del Castillo hacia
la garita de México. Los republicanos que serían sorprendidos organizan la
defensa, Ramón Corona defenderá el Cimatario y Riva Palacio la hacienda de
Callejas. Lo más importante de esta batalla, inclusive del triunfo parcial que
tenían los imperiales, es que dejaron escapar una gran oportunidad de romper el
cerco y a la vez huir por el camino hacia la Sierra Gorda. Al medio día las
tropas republicanas lograron reorganizarse y vuelven a tomar posiciones de las
zonas ganadas por parte de los imperiales. El costo en vidas fue: imperiales
460, republicanos 400.
El
01 de mayo se da otro enfrentamiento. Miramón organizó un ataque sobre la
hacienda de Calleja y la garita de México, el ataque fue efectivo, los
republicanos no tuvieron más opción que resistir. El 02 de mayo se realizó un
segundo ataque imperialista. Miramón fue nuevamente el encargado, pero en esta
ocasión el objetivo era romper el cerco en la línea del barrio de San
Sebastián, el resultado es negativo ya que los republicanos lograron mantener
el control de la zona.
Después
de dos meses de sitio, las cosas no pintaban bien para los imperiales. Han
dejado escapar la oportunidad de escapar, no tienen refuerzos, las condiciones
cada vez son más precarias en el interior de la ciudad. Es así que el 14 de
mayo se reunieron el alto mando imperial, apareciendo por primera vez el
coronel Miguel López, quien apareció alado del emperador, inclusive en algunos
momentos se secreteó con él.
No
se sabe muy bien lo que hayan platicado entre Maximiliano y el coronel López,
pero sin lugar a dudas tuvo que haber sido sobre la posible rendición o bien
alguna forma de poder terminar con el sitio. Esto se puede deducir por los
acontecimientos del 14 de mayo, día en que Miguel López se entrevista con
Mariano Escobedo en el Molino de San Antonio (actualmente Universidad Marista
de Querétaro). El coronel se presentó como el interlocutor especial de
Maximiliano proponiendo que se le permitiera al emperador salir con su
ejército, y los custodiarán hasta Veracruz. El general republicano se negó rotundamente,
poniendo sobre la mesa solamente una opción: rendición incondicional.
Es
aquí cuando se especula sobre lo sucedido esa noche, algunos historiadores
afirman que el coronel Miguel López habló a título personal, buscando su
beneficio. Otros historiadores comentan que siempre actuó bajo las órdenes de
Maximiliano. Pero ¿por qué la especulación? Debido a que el coronel imperial
ofreció la toma de la ciudad, facilitándoles la entrada por la zona del
concento de la Cruz.
¿Una
posible trampa? Escobedo se la jugó, por lo tanto designa a Francisco A. Vélez
y a José Rincón Gallardo para que acudan a la cita. Todo ocurrió como se había
pactado, la comitiva republicana se presentó las tres de la mañana, el coronel
López ya los estaba esperando y les fue abriendo camino hasta el convento de la
Cruz, las tropas imperiales que se encontraban en el camino fueron cayendo prisioneras.
A las 5:30 Miramón se le comunico de los sucesos y decidió defender la plaza. La
última resistencia se librará en el Cerro de las Campanas.
Tomás
Mejía junto con 140 hombres llegaron al Cerro de las Campanas, comenzando así
un bombardeo, pero cada vez era mayor el control de las tropas republicanas, que
para eso momentos ya controlaban San Francisquito, San Gregorio, el convento de
la Cruz y la Alameda. Por su parte Miguel Miramón había sido herido durante la
resistencia y se encontraba siendo atendido en una casa particular donde
posteriormente sería aprehendido.
Al
no tener más forma de hacer frente a las tropas republicanas, el emperador
Maximiliano decidió rendirse, entregando su espada en forma de rendición al
general Mariano Escobedo. Inmediatamente fue apresado junto con Tomás Mejía,
Castillo, el príncipe de Sam Sam y Pradillo, sumando la del general Miguel Miramón. Los detenidos fueron custodiados por los
generales Riva Palacio, Echegaray y Mirafuentes y llevados al convento de la
Cruz.
Se
inició el 24 de mayo un Consejo de Guerra en el teatro de la República (antes
llamado teatro de Iturbide). Los delitos por los que se les acusa son: atenta
contra la independencia y la seguridad de la nación, contra el derecho de
gentes, contra la paz pública y el orden y las garantías individuales.
Encontrando culpables a Maximiliano por 13 cargos, a Tomás Mejía por 6 y a
Miguel Miramón por 7. La sentencia dictada fue pena de muerte por fusilamiento.
La
sentencia se llevó a cabo el día 19 de junio de 1867, después de haberlos
confesados y comulgados y de haberse despedido de sus seres queridos salieron
escoltados del convento de Capuchinas, lugar donde permanecieron durante el juicio,
dirigiéndolos a su último destino el Cerro de las Campanas. La esposa de Mejía
acompañó el carruaje de su esposo, llevando en los brazos a su hijo y llorando
desconsoladamente, inclusive se cuenta que tropezó y rodó por las calles con su
hijo el cual nunca soltó, intentando acercarse para ver por última vez a su
esposo.
Los tres sentenciados se colocaron frente al paredón, Maximiliano y Miramón entregaron monedas a los soldados del pelotón de fusilamiento como imponía la tradición. El aún emperador de México pronunció sus últimas palabras “En un día tan hermoso cómo éste quería morir”, hizo una pausa y dirigiéndose a Miramón le dijo “General, un valiente debe ser admirado hasta por los monarcas. Antes de morir quiero cederle el lugar de honor”, nuevamente haciendo una pausa se quitó y Miramón tomó su lugar. Posteriormente retomó la palabra “Voy a morir por una causa justa, la de la Independencia y Libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva Patria. ¡Viva México!”. Eran las 7:05 de la mañana cuando el sonido del corazón de estos tres personajes se dejaba de escuchar y era sustituido por el grito ¡Muera el Imperio! ¡Viva la República!
De
esta manera terminó un episodio sangriento en la historia de México, una lucha
que había iniciado en 1858 como una guerra civil entre liberales y
conservadores y que culminaba con el fusilamiento de un emperador austriaco que
intentó gobernar México. He iniciaba a su vez otra etapa con la entrada
triunfal del presidente Benito Juárez a la ciudad de México el 15 de julio de
1867, pero esa ya es otra historia.
Bibliografía
·
Garrido del Torral, Andrés, Guía histórica del
sitio de Querétaro, Poder Ejecutivo del estado de Querétaro, México: 2017.
·
Hurtado Galves, José Martín, El cerro de las
Campanas, Biblioteca Latinoamericana de Literatura Moderna, Querétaro: 2003.
·
Taibo II, Paco Ignacio, Patria T. III, Ed:
Planeta, México: 2017.
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